Reflexiones



Tuve un encuentro cercano con un “rápido y furioso” el sábado, cuando regresaba del Akellarre.
Un pequeño accidente.
Después del susto, del recuento de los daños… seguimos la noche, mi querida amiga y yo.

Últimamente me he planteado que dos accidentes en menos de un mes no pueden ser casualidad.
Algo está bloqueando mi buena energía.
Algo en el universo me está diciendo:
retoma la senda correcta.


Lunes.
Despierto renovada, después de un fin de semana sin trabajar, rodeada de gente hermosa y llena de buenas vibras.
De esas que uno puede llamar amigos y amigas…
un título que no se entrega a cualquiera.
Bueno, nosotras las brujas sabemos que esa palabra es fuerte. Y mágica.

Así que me enfundo en mi vestido, me pongo mi mejor optimismo y salgo a tomar taxi.
Rápidamente se detiene uno —cosa rara en Heredia.

Y entonces, una de las mejores sonrisas del día (después de la de mi enana).
El conductor era un chico que olía a mañana, a alegría, a ganas de vivir.
Sonaba buena música —detalle poco común en un taxista; casi siempre escuchan musical.

Me sonríe y me pregunta:
—¿Dónde no la llevo?

Yo alucino.
Le respondo con una risa:
—Buen día tenga el sol, voy a Zona Franca Metro.

Muy sonriente, me repite:
—Pregunté: ¿dónde no la llevo?

—Exacto —le dije—, ahí quisiera no ir.

Y él, sin pensarlo, me pregunta:
—¿Entonces por qué va?

Y sin saber cómo, me desnuda el alma.


Hay momentos así.
Alguien aparece, te dice una frase cualquiera y te cambia el día.
O la vida.

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