La casa color amarillo
La casa color amarillo
Juan hacía ya tiempo que se había ido a la bananera. Al principio enviaba dinero todos los meses. Luego, hubo un silencio. No llegó más el telegrama donde se le indicaba que el dinero estaba en el banco del pueblo.
Ella se comía las uñas pensando que algo malo le hubiese sucedido. Así que, con lo poco que tenía, juntó algo de dinero y se fue a buscarlo.
Tremenda sorpresa se llevó cuando llegó a Finca 6 y preguntó por Juan Oconor. Una mujer que compraba en el abastecedor le indicó que vivía dos cuadras más abajo, en una casa color amarillo, justo en la esquina sur de la plaza.
Estaba cansada y tenía hambre, pero continuó. Pensó que al llegar a la casa él le daría algo de beber y de comer. Caminó la cuadra con rapidez; tenía ansiedad. Tenía más de cinco meses de no saber nada de él. Los guilas preguntaban, sobre todo el pequeño Fabián. Además, las vecinas rumoraban. Pero ya pronto sabría qué estaba pasando.
La gente malintencionada quería sembrar en ella la desconfianza. Su Juan era un hombre bueno y trabajador. Era cierto que a veces tenía mal humor, y que en ocasiones le pegaba, pero no por eso tenía que prestar oídos a los chismes de las mujeres del pueblo.
Al fin llegó a la dirección. Le pareció que había caminado más de dos cuadras. Debía ser el hambre y el cansancio del viaje.
Se detuvo frente a la casa. Era pequeña, pero se veía cómoda, ni parecida al rancho donde vivía con la prole. Tenía dos ventanas que daban al pequeño pero acogedor corredor. Un par de mecedoras invitaban a sentarse y descansar bajo la sombra del alero. El patio era amplio, con árboles de jocote, unas matas de plátano rendidas por el peso de las racimas, una huerta donde crecían pepinos, yuca, chiles dulces. Claro, en la zona llovía lo suyo, y seguro todo lo que se sembraba se pegaba.
Pudo ver, con timidez, la ropa tendida en el alambre y movida por la suave brisa. Cerró los ojos y sintió el viento que le acariciaba la cara.
Ahora lo comprendía todo: Juan había estado ahorrando para comprar la casita y no le había dicho nada para darle la sorpresa. Pensó en la cara de las vecinas cuando regresara y les contara que su marido le había comprado una propiedad. Y los guilas tendrían un lugar bonito para vivir.
Tan metida estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien se acercaba.
—¿Buenos días? ¿Buscaba a alguien, señora?
—Sí —respondió María—. Disculpe, estaba distraída.
—No se preocupe, por favor pase y siéntese. Le traigo un vaso con limonada, se ve usted cansada.
La chica se metió a la casa. Era una mujer joven, tendría unos veinte años. Buenamoza, con el trasero bien formado, pelo ensortijado y los ojos color miel.
Al momento regresó con el vaso. María lo tomó de un sorbo, agradecida.
—Me llamo María Cortés. Buscaba a Juan Oconor. Me dijeron que vivía aquí.
—Sí, cómo no —dijo la muchacha—. Yo soy Quimara, la esposa de Juan. ¿Usted es familia? ¡Qué ilusión conocerla! Él habla poco de su pueblo, pero ya me acostumbré. Es muy trabajador, usted mejor que nadie lo debe saber.
—Me montó esta casita —continuó—, se la compró al negro Ortiz justo el día que me pidió matrimonio. La ceremonia fue muy linda, ya sabe, humilde pero no faltó nada. Mis papás nos regalaron un chancho para el convite y el tío Arsenio el guaro.
¿Sabe? Nos extrañó que no viniera nadie de su familia. Yo misma puse la carta en el correo. Sí, estoy segura de que la dirección estaba correcta: de la pulpería Monte Alto, doscientos al sur, Corralillo de Nicoya.
¡Venga, venga! Conozca la casa.
María apenas se pudo poner de pie. Quería decirle que Juan era su hombre desde que ella tenía quince años. Que le había parido cinco guilas. Que no vivían en Corralillo, sino en Las Brisas del Morote. Que estaba ahí para preguntarle por qué no enviaba una carta ni dinero desde hacía cinco meses. Que su hijo menor se le moría en el hospital de Puntarenas de la polio.
Pero no pudo.
En silencio, tomó la vieja bolsa donde llevaba la ropa y se marchó.
Tenía que llegar a Puntarenas rápido. A contarle a su Fabián que su papá le había comprado una casa color amarillo, con corredor, y un patio grande para que él pudiera jugar.
Comentarios