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Mostrando entradas de julio, 2025

La promesa

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  La promesa La conocí hace mucho, cuando era solo una niña. Me la presentó un hermoso libro de pasta dorada. Y ahí estaba ella, sin saber quién era y siéndolo todo. Veía su foto una y otra vez, e imaginaba que juntas teníamos aventuras, que ganábamos batallas. Ella era mi reina, y yo, su leal caballera. No importaba si las mujeres estábamos relegadas a la cocina: ella me hacía soñar con mil aventuras. Me fascinaba, me hipnotizaba… mi imaginación volaba con ella. Han pasado muchas lunas desde aquella época en que soñaba con conocerla. Y hoy, después de muchos inviernos, la encontré. Allí estaba ella, majestuosa, intacta, tras el cristal del museo. Era la Dama de Elche . Me quedé en silencio, como quien se reencuentra con una amiga de la infancia que nunca olvidó. Solo atiné a decir: —Hola. He cruzado el mar para verte. He cumplido mi promesa.

Colores que me llevan a casa

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 La vida me llevó a Guatemala. Allí estaba la joya del Petén: mi gran amigo Oswaldo. Recorrimos juntos las canciones de Silvio, y cada viernes jugábamos a ser adultos en Rayuela . Los sábados subíamos al altiplano, tocábamos las nubes y nos vestíamos de colores en el mercado de Chichicastenango. El tiempo era nuestro cómplice. No teníamos prisa: lo mismo ascendíamos por las montañas que descendíamos al Pacífico, rodeábamos el lago y nos perdíamos felices en Santiago. Yo, como niña en diciembre, llenaba mis manos de aros de colores. Colores salidos del alma. Tengo un amigo más allá de Cuba y más allá de las pirámides. Un amigo que me enseñó un país maravilloso, donde los buses son de colores, colores que me llevan —siempre— de regreso a casa

Ser Guanacasteco

 Los y las guanacastecas nos reconocemos: somos hijos e hijas de una tierra árida, que de diciembre a abril está seca, con colinas que arden y jaraguales que parecen mar. Jocotes, mangos, marañones perfuman la sabana, con lunas que invitan a no dormir, sino a soñar. Solo el guanacasteco y la guanacasteca comprenden cómo el sol se hace líquido en un hueco de la palmera de coyol. Solo un nicoyano sabe celebrar cada noviembre la pica de leña, un santacruceño honra a Santo Esquipulas. Somos de la bajura ardiente, de la península que nos robaron, pero que permanece impresa en la memoria de todo un pueblo. Esa tierra que cada mayo florece y reverdece con las primeras lluvias; la vida vuelve a la pampa, al llano que me vio crecer. Los malinches, el madero de sabana, el sandal visten mi tierra de color. Los ríos malcriados reclaman su territorio e inundan la llanura del Tempisque para hacerla fértil, para hacerla parir arroz, maíz y frijoles. Somos mujeres y hombres de maíz. Somos Gu...

Nacimiento

Llovía tanto aquella noche que mi madre pensó que me pariría en medio del río Morote, que amenazaba con entrar sin permiso a la casa. Los dolores crecían con fuerza, y el agua que brotaba de ella se fundía con la corriente del río, que se apresuraba a mojar el viejo corredor de madera. Mi padre, en el corral ya inundado, dejaba libre al ganado con la esperanza de salvarlo, si las aguas continuaban subiendo como en la crecida pasada, cuando el llano quedó anegado y las reses muertas formaron parte de un paisaje desolador. Mientras la comadrona hervía el agua para limpiar el carmín de mi nacimiento, mi madre se encomendó a la Virgen y se dispuso a dejarme salir. Sólo fueron tres fuertes dolores para que mi pequeña cabeza asomara por el túnel de sus piernas. En ese preciso momento, la lluvia cesó, un sol brillante iluminó el llano, y el mejor arcoíris que jamás se vería en toda la llanura del Morote adornó mi llegada al mundo. Mi padre pensó que era un buen augurio, y me puso un nombr...

A las cuatro, en octubre

 Teníamos cuatro horas de viaje, y aún nos faltaban dos más. El cansancio era evidente. El camino a Jícaral estaba hecho polvo: la lluvia caía sin tregua y los huecos parecían cráteres lunares. Intentaba dormir, pero era casi imposible. Cerré los ojos en un intento de engañar la realidad. Pensaba en ella. En su gallo pinto, en su risa dibujada cuando le mostraba mis notas del colegio. Siempre me decía: "Estudie, hija, estudie mucho" . Y como premio por los exámenes ganados, me daba una moneda de veinte colones. Fue ella quien me compró mi primer sostén. Decía que mi mamá era anticuada, con eso de obligarme a usar combinaciones en vez de sostenes. Al llegar a casa de mi tío Abdalá, una parte de la familia ya estaba reunida. La primera que vi fue a mi tía Mimina, enorme, imponente. Me recordaba a la abuela de la Cándida Eréndira: decía que cargaba cinco kilos por cada hijo. Le costaba caminar, pero era imposible no verla. Dominaba el espacio. Mi madre me ofreció una taza de...

Salud y vida, por mis muertos.

El cabello corto de la tía Dianeth :  La tía Dianeth fue la esposa de mi tío Abdalá. Era de piel muy blanca, delgada, ojos cafés y un largo cabello castaño. En la familia le decían "la Cartaga", por su origen. La tía tenía prohibido cortarse el cabello; el abuelo lo había dicho: “Si te cortas el cabello, aquí no vuelvas”. Cuando ella sugirió que iría al pueblo y se lo cortaría porque lo tenía muy largo, para esa época yo era una niña y me gustaba ir a su casa. Ella hacía unos dulces de leche irrepetibles, escuchaba canciones del Puma, y me contaba que soñaba con él. Claro, antes me advertía que no dijera nada. A cambio de ser la confidente de sus sueños, me hacía arroz con leche, cajetas y atol de maíz morado. La tía llenó mi niñez y adolescencia de risas y dulces. ¿Cómo olvidar sus empanadas de queso y azúcar? Ella sufrió en silencio todas las infidelidades, como todas las mujeres de mi familia, que aceptaban su destino sin chistar. Yo crecí y me fui del pueblo. Volvía lo...